Abstract
La universidad como espacio de educación superior siempre se interpeló acerca
del rol que debe cumplir para el desarrollo de un país. Un espacio que por definición debe tener la capacidad de formar profesionales, construir conocimiento a través de la investigación, generar formación continua con propuestas de
posgrado que propongan avances en el conocimiento y desarrollar actividades
extensionistas que la sitúen en diálogo con la comunidad en un intercambio permanente y crítico de necesidades y saberes.
Sin embargo, históricamente el saber fue apropiado por jerarquías dominantes,
políticas y religiosas. Los mismos movimientos reformistas de 1918 en nuestro
país, que buscaron un camino de democratización en las universidades, organizando gobiernos tripartitos y otorgando el derecho a concursar de sus docentes,
no lograron concretar ese sueño de apertura ni menos aún de una inclusión activa de la institución en las problemáticas sociales.